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La industria que multiplica dólares en los árboles

El medioambiente ya cotiza en bolsa. Bosques, selvas y humedales se cuelan entre los parqués de medio mundo. Se trata del nuevo bussines del Co2. Un negocio que especula con las toneladas de dióxido de carbono, que reciclan los bosques de los países en vías de desarrollo. Y lo hace, en gran medida, gracias a un instrumento de la ONU, llamado REED + (Reducción de emisiones  por Deforestación y Degradación de bosques). Éste permite a las grandes empresas y consorcios estatales comprar el carbono que determinadas áreas forestales atrapan y convierten en oxígeno. La puja por los bosques del planeta está por comenzar.





Mercados como el del todopoderoso oro, la vital agua o las influyentes .com  ven como un nuevo ‘producto’ está emergiendo con fuerza: el de los bonos de Co2. Fondos de inversión, multinacionales y estados hace tiempo ya que se han lanzado a la caza de las tierras del globo. Pero, este nuevo mercado puede inflamar su competencia: permitirá a las empresas comprar la contaminación que los bosques  del mundo atrapan. Y descontarlos de su producción para llegar a las cuotas estatales. Igual que los estados, que harán lo mismo para cumplir los acuerdos vinculantes del protocolo de Kioto.

La descontaminación creará fortunas
Parece que que limpiar la mugre planetaria será uno de los negocios más lucrativos del mañana. De momento, en Colombia (uno de los países más ricos en bosques tropicales del planeta) ya se puede comprar un bono de Co2 en la bolsa nacional por un precio de entre 5.000 y 10.000 dólares. Este equivale a una tonelada de dióxido de carbono que absorbe algún bosque del país tricolor y que se deducirá del saldo contaminativo de la empresa que lo compre. No cabe decir, que ecocidas como Chevron o Shell se frotan las manos ante la posibilidad de un “contamina ahora, paga después”.


La filosofía estratégica de los países orientales les pone a la cabeza de este nuevo mercado.

Lo más ingenioso de este mercado es que la tonelada de Co2 se le descuenta a la empresa que lo compra en su país de origen. Para que esta nación pueda llegar a las cuotas a las que se comprometió en los acuerdos de la capital nipona. El objetivo es que la industrialización pueda seguir creciendo y externalizar el déficit de carbono. Maravillas de la arquitectura política contemporánea. Sobre todo, si tenemos en cuenta que los países que albergan estas iniciativas tienen que estar en vías de desarrollo y no establecieron un compromiso en Kioto. Por lo que pueden contaminar lo que quieran, sin preocuparse por equilibrar la balanza con sus bosques.

Negocios como de costumbre
Las visiones post-apocalipticas de lo 90, donde la música de un saxo solitario presagiaba el final de la civilización, dejaron paso a las fantasías bursátiles del nuevo milenio. Con el acuerdo de Kioto, nacían los “Mercados Voluntarios de Carbono”. El espacio (muchas veces digital) donde se compraban toneladas de Co2 atrapadas en el hemisferio sur. En bastantes ocasiones, como en el caso estatal de India o Bangladesh, se vendía la tonelada de Co2 a un dólar (más algún favorcillo arreglado, suponemos).  Con la entrada de los vendedores privados y el aumento de la demanda, durante esta década, los precios empezaron a subir, subir y subir.


Podría cambiar la percepción de los valores economizables que tienen los bosques.

Para las empresas occidentales era un chollo: podían generar el Co2 que quisieran y después equilibrarlo comprando bonos a países en desarrollo. Pero,  tras una primera década de gloría carbónica empezaron los problemas. Los terratenientes empezaron a hilvanar paquetes donde ofrecían gigantescas capturas de dióxido. Subían los precios. Los estados embargaban grandes bosques a los indígenas, viendo que era rentable. Subían los precios. Tanta presión en sus cotizaciones llamó la atención de los brokers y los grandes fondos de inversión que empezaron a moverse y a comprar grandes bosques en todo el hemisferio sur. Los precios se disparan.

Llegan los líos
Por si la oferta de poder contaminar el planeta a placer poco antes  de que se acerque el gran microondas terrícola, hubo empresas que se pasaron de listas y la liaron. Shell y Chevron, dos petroleras conocidas por sus desmanes ecológicos, decidieron colar unas plantaciones de arroz en Indonesia, como espacios donde se capturaba Co2. Ya os podéis imaginar que el Co2 que pueden absorber es muy poco. Pero, esto da una imagen de hasta que punto estaba de pringado el sistema de inspectores y verificadores. Más aún, si tenemos en cuenta que la ONU (que es quien maneja este invento) no actúo de buenas a primeras. Sino que más bien, tuvo que ceder ante la presión de 75 empresas que denunciaban la situación.

Los bonos de Co2 se están abriendo paso en el cotizado mundo de las materias primas.

Los líos de este sistema de descontaminación no acaban allí: los estados también quieren, ahora, su porción del pastel. Lo que está generando la expropiación de grandes áreas forestales, que en muchas ocasiones están ocupadas por comunidades indígenas. Ese fue el caso del pueblo Shinguer del bosque Embobut (Kenia) que se negó a abandonar sus tierras. Y se encontró con una desagradable sorpresa: su pueblo estaba ardiendo. No es un caso aislado: indígenas de Latinoamérica, Asia u Oceanía están atrapados en el mismo torbellino vegetal. 

El incierto futuro se llama REED+
El incierto futuro de los grandes áreas boscosas del planeta se llama REED+ (Reducción de Emisiones por Deforestación y degradación en versión redux). Aunque tenga nombre de bebida energizante manufacturada en Taiwan, es el protocolo que podría acabar con la deforestación. ¿Cómo? A través, de uno de los argumentos más persuasivos que conoce la humanidad: el lucro personal. En un mundo atrapado por la bóveda del carbono que se cierne sobre su orbe, los bosques representan una solución que será rentable para muchos.


El lucro personal podría atraer a mucha gente hacia la conservación de los bosques.

El REED + es un mecanismo financiero que, a gracias a la naturaleza especulativa del mercado, irá encareciendo las grandes áreas  boscosas. Destruirlos será poco lucrativo. Raro. No por su valor ecológico, sino por su valor en el mercado. Los indígenas serán, sin duda, los más afectados: sus bosques irán concentrándose cada vez más en manos privados. Cada vez podrán acceder menos a sus hogares ancestrales. Los bosques podrían ser los grandes beneficiados: no más tala, ni monocultivos, sólo la respiración ancestral del Co2 convirtiéndose en oxígeno.

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